Paseo por el viejo Burgos I

Paseando por el Burgos antiguo dejo volar mi imaginación permitiendo que mi mente recree un posible paisaje urbano de otros tiempos, un paisaje del que me gustaría saber más, pero del que ignoro casi todo porque de él apenas queda nada.

Por eso no puedo estar seguro de que lo que mi mente dibuja sea una aproximación a la realidad pretérita o simplemente un algo imaginario que nada tiene que ver con lo que realmente fue.

Atravieso el Arco de S. Martin como lo hicieran en su momento los Reyes de Castilla tras jurar sus fueros. Atrás queda el puente de Malatos, la calle de Villalón y la calle emperador, ruta jacobea por donde abandonaban la ciudad los peregrinos que se dirigían a Santiago.

Antes de cruzar el Arco, y tras observar los imponentes restos de la muralla, no juro fuero alguno. Tampoco soy rey y por tanto eso no me corresponde.

Sin embargo, siempre que atravieso ese arco comienzo a sentir algo extraño pero agradable. Es como si los hechos del pasado, esas pequeñas historias que jamás lograron hacerse hueco en los libros y de las que los muros y piedras que me rodean fueron testigos mudos, comenzaran a bullir en mi interior.

Y así se dibuja en mi mente la entrada de algún rey, con toda su corte de caballeros damas, cortesanos y cortesanas, juglares y bufones.

O siguiendo alguna leyenda que escuche en mi infancia, veo cómo un reo es conducido a dicho lugar para ser ajusticiado. De hecho, se cuenta que en las proximidades se encontraba la casa del verdugo, aunque quizás sea otra leyenda local.

También imagino niños a los que entonces la infancia les duraba poco, jugando, como hacen los niños, junto a la casa del que fuera el héroe castellano por antonomasia, el Cid. Quizás él es uno de los que cabalgan en mi imaginación

Miro hacia mi izquierda y donde ahora se dibuja la silueta de un edificio ocupado a medias, antes se encontraba el cementerio viejo y mucho antes, una de las aljamas judías de la ciudad.  La otra estaría a mi izquierda. Siempre me he preguntado donde se situaría la sinagoga de Burgos de la que parece no haber noticia alguna.

Es entonces cuando escucho voces susurrantes, diálogos en voz baja, sonidos de complot o conjura que surgen del lugar del viejo camposanto.

Y veo el monumento, o quizás tumba, que eso no lo tengo muy claro porque de las dos formas me lo han presentado, del empecinado uno de esos héroes mandado ejecutar por el mismo rey a quien un día sirvió,

¡y de que forma lo hizo!

Se dice que en las cercanías se erigía una de las iglesias del Burgos Antiguo, la iglesia de San Martín. Pero… ¿Dónde? Quizás nunca lo sepamos.

Reconozco mi ignorancia y quizás ya exista, pero si eso no es así, espero el día en que alguien nos sorprenda y publique un estudio sobre las parroquias desaparecidas de la ciudad.

De éstas sé donde estaba la de la Virgen Blanca, junto al castillo. Es mas recuerdo haber visto parte de sus restos durante una de mis visitas estivales.

También me consta donde estaba San Llorente o San Lorenzo el viejo, en la plaza de los castaños, cuyos restos vieron la luz cuando se remodeló la plaza, pero de las otras, ni idea, y mucho me temo que todo lo mas que de ellas se sabe, en cuanto a su ubicación, sea de forma aproximada. Quizas, ójala, este equivocado como tantas otras veces…

Continuo mi camino tras la reflexión y visualizo el tejado de la vieja alhóndiga, lugar para la cultura desde hace algún tiempo, y cárcel en un pasado no tan lejano.

Y ahí me asalta de nuevo una sensación extraña.

Vienen a mi mente un viejo dicho sobre la esquina de la cárcel que escuchaba en mi tierna infancia y paradójicamente siendo niño y en ese lugar descubrí la esquina de la cárcel pues aún se encontraba la institución penitenciaria en ese edificio.

Recuerdo la impresión que me causó entonces ver a los números de la benemérita, con su naranjero, haciendo guardia en el exterior del edificio durante alguno de aquellos paseos de infancia con la Sra. Margarita, mi abuela postiza.

Años mas tarde el edificio se convirtió en lugar de aventuras adolescentes cuando nos adentrábamos en sus entrañas imaginando como pudo ser la vida de los penados entre sus muros.

La vieja alhóndiga, después cárcel y ahora centro cultural… los recuerdos de un ayer que jamás podré olvidar pues es mi ayer y ese no tengo que recrearlo, sino volver a traerlos a mi mente.

Y así, imaginando y recordando, sigo mi caminar por la vieja calle Tenebregosa hasta alcanzar la iglesia de S. Nicolas, y una vez ahí, tuerzo hacia la derecha y comienzo a descender lo que otrora se conociera como subida del Azogue hasta alcanzar la plaza de Santa María y acabar fundirme con las gentes del Burgos contemporáneo, momento éste en que mis ensoñaciones finalizan, aunque bien pudieran haber continuado.

Hay tantas y tantas historias de esas que nunca alcanzaron los libros, historias cotidianas de las gentes anónimas que durante siglos moraron estos lugares. Historias olvidadas, aunque vividas intensamente por sus protagonistas. Historias menores, pero historias, al fin y al cabo.